Cuando nos comprometemos con Jesucristo, lo colocamos primero en todos los aspectos de nuestras vidas. Nuestra relación con Cristo y su Iglesia nos envía a hacer discípulos de otros al darles testimonio de cómo el amor de Cristo nos ha transformado. Somos discípulos cuando compartimos generosamente nuestro camino de discipulado con aquellos a quienes Dios nos llama a seguir en su camino de peregrinaje para convertirse en “discípulos misioneros”.
